
Esa noche había salido a pasear por el bosque. A lo lejos se divisaba un puente de cuatro ojos. El resplandor que surgía de ellos era muy penetrante. En la misma oscuridad destacaban sus dibujos de sus paredes laterales. De pronto una voz tenue y susurrante parecía querer decirme: ¿Qué haces ahí?. Así como quien no quiere la cosa, despisté e hice como quien no oía nada. Seguí caminando unos metros y noté como las piedras pesadas del puente se resquebrajaban y se montaban unas encima de las otras. Todo un efecto de Spielberg si no hubiera sido que me estaba dando la impresión de que el puente empezaba a moverse y a caminar unos metros en la dirección en la que yo estaba. Será que estoy soñando, pensé, cómo es posible que un puente romano de cuatro ojos de ni se sabe cuántas toneladas, pudiera empezar a andar. De golpe giré a la izquierda y por el mismo camino noté que un objeto extraño se colocaba entre mi y el puente que venía detrás. Empecé a temblar, no quería que me aplastaran entre las dos cosas y de golpe abrí los ojos y noté que lo que tenía delante era el despertador y levantándome miré el reloj y el calendario. Justo detrás de ese día que empezaba venía un puente de cuatro días. Casualidades de la vida...
No hay comentarios:
Publicar un comentario