
Pisamos con tiento, hay arenas movedizas. No sabemos si dirigirnos a la izquierda, a la derecha, nos quedamos quietos esperando que la fatídica arena nos engulla. Espero llegar al final del pantano. El camino es difícil, es totalmente desigual, muy rocoso pero con arenas movedizas. Estamos a merced de ser tragados literalmente por una ingente cantidad de arena pegajosa y poco escurridiza. De pronto aparece un resplandor en el cielo. La estrella luminosa jamás vista por ningún ser humano se alza ante nosotros. Es de un amarillo intenso. La soledad nos invade. Pisamos a tientas. Y ahora, ¿Qué?. De pronto el paisaje arenoso se vuelve más rocoso que nunca. La arena que nos envolvía deja paso a la piedra blanca, desnuda. La estrella ilumina todo el bosque. Los pinos, las encinas, los robles, las hayas. Todo el manto verde del bosque del pantano queda iluminado por la fulgurante luz de la estrella. Un manto de oro invade el paisaje. Salimos al camino donde unos motoristas irrumpen con un ruidoso y molesto estruendo. La civilización ya está aquí, decimos. La civilización que no entiende ni de bosques, ni de pantanos ni de arenas movedizas...
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